El contexto de la guerra de Rusia contra Ucrania, así como el desafío de alcanzar una mayor soberanía energética europea en su proceso de transición hacia la descarbonización, han atraído el debate sobre cómo generar nuevas fuentes de suministro y sobre cómo ampliar la estructura de interconexión energética en el continente.

No obstante, se ha alcanzado el punto dramático sobre esta cuestión cuando las advertencias sobre la alta dependencia energética de Rusia han trasladado un problema de enorme importancia a uno de máxima urgencia. Este asunto, desde que estalló el conflicto y conforme ha ido evolucionando la situación, ha seguido siendo tema de debate político y económico a nivel nacional y europeo, hasta el punto de que han hecho estallar algunas de las divergencias en los objetivos energéticos de los diferentes países de la Unión.

Fue Alemania quien, al acabar la Guerra Fría, impulsó la economía energética de la Unión Soviética, aprovechando los enormes yacimientos de petróleo y gas recién descubiertos hacia 1950 y buscando la independencia de los petroleros árabes de la OPEP. Se esperaban suministros de energía baratos a través de la generación de nuevos oleoductos que conectasen el territorio. El trueque de gas natural por tuberías dirigió la política de acercamiento de la Unión Soviética con Alemania. Fue durante el gobierno de Ronald Reagan cuando se empezó a advertir de la enorme dependencia del gas ruso (en medio de un contexto de conflicto y competitividad ante el conflicto de Afganistán); una cuestión que volvería a abordar el presidente Donald Trump. En 1990, ya la mitad de las importaciones alemanas de gas procedían de Rusia, bajo la directa responsabilidad del grupo ruso Gazprom que, hacia esa época, empezó a impulsar políticas estratégicas y de influencia por el resto de los países de la Unión Europea y el norte de África.

La guerra de Ucrania y las nuevas derivas de la política exterior europea en su relación con Rusia han empujado a Alemania, en el corto plazo, ha buscar alternativas al suministro de gas ruso. Desde febrero del 2021, Alemania ha logrado reducir su dependencia del 55% al 26% actual y con un nivel de reservas de gas en el 65%, según cifras de la Agencia Federal de Redes, autoridad reguladora en Alemania. Las alternativas al suministro de gas ruso a Alemania han sido Noruega y Países Bajos especialmente, además de impulsar una importante política de ahorro nacional.

En lo que respecta al resto de Europa, aún no se ha llegado a un consenso ni a una política común energética para reducir las importaciones de gas ruso para una soberanía energética europea. Según datos de la Comisión Europea, una tercera parte del suministro de petróleo a la Unión Europea proviene de Rusia (este país exportó cerca del 46% del gas que se consumió en todo el bloque durante el 2021; el 26% lo exportó Noruega, el 12% Argelia, el 6% Estados Unidos y el 5% restante, Qatar). El proceso de transformación del sistema energético europeo ha empujado a Estados Unidos, Catar y Australia, los mayores exportadores del mundo de gas licuado, a poner al límite su capacidad de exportación al Viejo Continente y cubrir las demandas energéticas.

El gas que llega a Europa desde Rusia lo hace por una red de gaseoductos: el Nord Stream (conecta con Alemania por el Mar Báltico), el Yamal (pasa por Bielorrusia y Polonia), el Pasillo Ucraniano y el Nord Stream 2 (paralizado y que iba a suponer un aumento del flujo de gas hacia Alemania). Entre los países más dependientes del gas ruso se encuentran: Alemania, Polonia (54,8%) e Italia (43,2%); aunque luego están países de Europa del Este, como Letonia y República Checa, que dependen al 100% del suministro ruso, o Eslovaquia (85%) y Hungría (95%).

CONTEXTO ENERGÉTICO DE ESPAÑA. UNA APUESTA POR SER LA GRAN RESERVA DE GAS PARA EUROPA

España es uno de los pocos países de la Unión Europea que presenta una menor dependencia del gas ruso (un 10,43% en el 2020, con una disminución al 8,9% en el 2021, según CORES). Esta ventaja estratégica se debe a una mayor diversificación de sus fuentes energéticas, siendo el país europeo que presenta en su territorio el mayor número de plantas para convertir el gas licuado en estado gaseoso, siete en total.

Su principal relación energética se concentra en Estados Unidos (que trae el gas extraído con la técnica fracking a través de buques metaneros), en Nigeria y Argelia (a través de gaseoductos que conectan el Magreb, como el Medgaz, y que representaba el 42,83% de sus importaciones de gas). No obstante, debido a la estrategia de la política exterior española en el último año, la relación comercial en materia energética de España con Estado Unidos ha incrementado, convirtiéndose este en el principal proveedor de gas para el país (según recoge Enagas, en el mes de enero de 2022 las exportaciones estadounidenses a España (34,6%) superaron las argelinas (25,4%)).

La importación de gas licuado norteamericano resulta ser más cara, pero necesaria para alcanzar mayor soberanía estratégica frente a la dependencia de exportadores energéticos: «La búsqueda de mercados alternativos nos sale mucho más cara. Traer gas licuado de Estados Unidos a través de buques gaseros, encarece notablemente el precio del gas», comenta a TVE Ramón Roca, editor de El periódico de la energía.

Otros de sus principales proveedores son Francia (4,86%), Qatar (6,30%), o Trinidad y Tobago (2,95%). Según cifras de CORES de este último año, España ha comercializado con Rusia el 8,91% de sus importaciones de gas totales.

El corte de suministro ruso a Europa afecta a España, así como la incertidumbre para los mercados de la Unión, lo que dispara los precios energéticos y el conjunto de la energía. La nueva política europea de RePower pone el foco en el incremento de las interconexiones energéticas en el Viejo Continente, a fin de acabar con la dependencia de los combustibles fósiles rusos y acelerar la descarbonización para el escenario 2050. En este sentido, España se ha presentado en la oportunidad como la gran reserva de gas para Europa.

EL PROYECTO MIDCAT: PROS Y CONTRAS PARA REACTIVAR LA INFRAESTRUCTURA ENERGÉTICA ENTRE FRANCIA Y ESPAÑA

La negociación por la reapertura del proyecto MidCat (la infraestructura gasística que conectaría las terminales de Cataluña con el suroeste de Francia para la exportación de gas hacia Europa) ha sido fuente de discordia en los últimos meses. En el 2019, España y Francia dieron portazo a lo que sería una propuesta por ampliar las redes de suministro energético hacia Europa. Las razones que se presentaron fueron: “falta de necesidad” y amplios números de inversión para su infraestructura y puesta en funcionamiento. No obstante, el actual escenario de conflicto en territorio europeo y la nueva política energética de la Unión Europea han recuperado las cuestiones de mayor oportunidad para responder a las necesidades inmediatas de una mayor soberanía energética europea.

El proyecto MidCat, en negociación entre España y Francia, ha amplificado las enormes divergencias en cuanto a los intereses estratégicos de algunos de los países de la Unión en la política energética común. En el debate, estas son las principales líneas que se han mantenido a favor y en contra del proyecto MidCat:

A pesar del análisis de esta cuestión, desde Bruselas se ha insistido en que la Península Ibérica necesita más interconexiones, ya que es una isla energética.” Si queremos tener éxito en crear un mercado de gas natural licuado (GNL), tenemos que aprovechar todo el potencial de las terminales de GNL en la Península Ibérica. Y para eso, este gas tiene que encontrar su camino hacia el resto de Europa”, ha señalado el vicepresidente del Ejecutivo comunitario para el Pacto Verde, Frans Timmermans. “Si tomas una visión del Mediterráneo, teniendo en cuenta lo que pasa en el Magreb, la conexión a través de España y Portugal es incluso más importante para Europa. Los interconectores son esenciales también en nuestro futuro sistema basado en hidrógeno”.

La narrativa de oportunidad del hidrógeno verde ha sido tomada por nuestro presidente Pedro Sánchez, que ya ha respondido a las contrariedades francesas al proyecto MidCat por su enorme costo y por su falta de respuesta a las necesidades inmediatas. Desde el Gobierno de España, se ha asegurado ante este debate que el proyecto MidCat responde ante Europa, y no es una cuestión bilateral, y defiende que las capacidades españolas energéticas son de oportunidad para Europa para responder a sus objetivos de diversificar el suministro de gas y aprovechar el potencial a largo plazo del hidrógeno renovable.