«A todos nos puede tocar. En un hijo, un hermano, una pareja… Nadie está a salvo. Si consiguieron captar a mi ex marido con 41 años, ¿qué no podrán hacer con menores y jóvenes que aún están formando su personalidad?». Estas palabras, contundentes pero que huyen de alarmismos, resumen la intervención de Raquel Alonso el pasado 26 de marzo en Sevilla.
Raquel era una mujer normal que tenía una vida normal, con un marido normal y unos hijos normales. Hoy, es una víctima, con un ex marido condenado y preso por terrorismo yihadista y dos hijos que, como ella, también son víctimas. Su vida ha cambiado radicalmente y lo ha hecho viviendo «un auténtico infierno».
Un infierno que relató en Sevilla durante la conferencia Radicalización yihadista en el ámbito familiar: un testimonio en primera persona organizada por el Instituto de Seguridad y Cultura (ISC) y la Universidad Pablo de Olavide (UPO). Un acto presentado y moderado por Manuel R. Torres Soriano, profesor de Ciencia Política de la UPO y miembro del Consejo Académico del ISC.
«Pasé de convivir con un hombre tolerante, amable, extrovertido, integrado perfectamente en nuestra sociedad… A un individuo cuyas creencias pasaban por la crueldad más absoluta, la imposición, la prohibición, sin encontrar salida alguna». Una transformación de la que Raquel tardó en tomar conciencia pero ante la que se dio cuenta de que tenía que actuar: «Debía proteger a mis hijos de su propio padre y de sus nuevos amigos a los que llamaba hermanos«.
La consecuencia fueron «cuatro años de soledad, angustia y desesperación»; cuatro años a lo largo de los que decidió «fingir una conversión al islam». El objetivo era que «fijara su adoctrinamiento» en ella y conseguir así alejar el foco de sus hijos. «El terror es que un día llegues a casa y tu hijo, llorando, te cuente que su padre le ha enseñado unos vídeos en los que decapitaban a unas personas».
Pero, ¿cómo se produjo la transformación? «Él fue a la mezquita [de la M-30 en Madrid] tras el fallecimiento de su padre; ahí se acercaron los líderes de la célula, captándole y adoctrinándole posteriormente». Raquel hizo especial hincapié en el papel que jugó la mezquita y dejó una cuestión en el aire: «Me pregunto, si ellos campaban a sus anchas en una de las principales mezquitas de España sabiendo que estaba vigilada, ¿qué no ocurrirá en otras ilegales que se encuentran en locales y garajes y que son desconocidas por las fuerzas de seguridad?».
Un proceso de captación y adoctrinamiento que fue dejando pequeñas evidencias que inicialmente Raquel no vio, después no quiso ver y finalmente temió. Una toma de conciencia que atravesó por varias fases, aunque «la primera y más dura –explicó– fue su cambio de comportamiento, la imposición de su religión en casa«. Según detalló, «todo cambió de repente, en un mes ya no podíamos ver la televisión, la música estaba prohibida y no permitía que fuéramos a la playa».
En paralelo, «él cambio su vestimenta, su forma de tratarnos y pasó del cariño a la agresividad y crueldad, fue como empezar a convivir con un desconocido«. Raquel contó que tomó conciencia de que algo grave estaba ocurriendo cuando iban a visitar a unos familiares y notó que varios coches les seguían.
«Aunque él no quería, al día siguiente fuimos a denunciarlo y fue entonces cuando nos informaron de que eran coches oficiales y que estaba sometido a una investigación» «Mi infierno –narró– acabó el 16 de junio de 2014, con la detención de todos los integrantes de la célula, entre los que se encontraba mi ex marido, en el marco de la operación Gala«.
Raquel Alonso habla de sí misma y de sus hijos como «víctimas indirectas». Un rol complejo que les supuso una «gran sensación de abandono», especialmente al principio. «Estuvimos conviviendo sin saberlo con un yihadista y cuando le detuvieron nos sentimos desprotegidos, apartados. Ves cómo te olvidan día a día y te juzgan simplemente porque un día fuiste su familia», explicó.
Raquel, que narra su experiencia en el libro Casada con el enemigo, recalcó el carácter colectivo necesario para luchar contra el radicalismo –»es responsabilidad de todos involucrarnos para prevenir»– y, a modo de alegato final, incidó en un aspecto que para ella, tras su traumática experiencia, es fundamental: «Debemos poder seguir viviendo en libertad, bajo nuestro Estado de derecho y nuestras costumbres, porque el miedo sólo nos paraliza; y, sobre todo, debemos tomar conciencia de que esta lucha es de todos«.