“2020 será un año crucial para el desarrollo de las operaciones de injerencia política”. Así de contundente comienza Manuel R. Torres Soriano, profesor titular de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide y miembro del consejo académico del Instituto de Seguridad y Cultura, el informe Injerencia 2020. Tendencias de la manipulación electoral a través de internet, que se presentó el pasado 1 de julio en una mesa redonda digital en la que participaron el propio autor y Nicolás de Pedro, director de Investigación del Institute for Statecraft, de Londres.

El trabajo analiza el tipo de tácticas de desinformación que pueden materializarse con el horizonte de las elecciones de Estados Unidos del próximo 3 de noviembre, los actores internacionales, la tecnología que puede emplearse y, especialmente, cómo han cambiado el contexto y el escenario con respecto a 2016, cuando “Rusia se anotó uno de los mayores triunfos en su largo historial de operaciones encubiertas en el extranjero”.

Torres considera que, “desde la óptica de Putin, cuatro años más de Administración Trump es un contexto inmejorable para que Rusia pueda recobrar su anisado papel de potencia global”, pero el escenario ha cambiado en los últimos cuatro años, EEUU se ha hecho mas resistente y, al mismo, tiempo, ha visto crecer las disensiones internas, por lo que, señala el informe, “las granjas de trolls y los medios de propaganda estatales [rusos] no necesitan ser la fuente de creación de contenidos manipulativos”, toda vez que “esa labor ha sido desempeñada de manera entusiasta por los propios ciudadanos estadounidenses”.

Partiendo de este análisis de situación, Torres realiza un trabajo prospectivo en el que advierte de que el escenario actual puede ser el de la convergencia de intereses opuestos en el que actores internacionales como Rusia e Irán –“ya ha desplegado una campaña embrionaria de desinformación orientada hacia el público estadounidense– activen sus estrategias de injerencia con objetivos contrarios, lo que “puede envenenar aún más el ya polarizado entorno electoral estadounidense”.

Pero si algo diferencia el escenario actual de años anteriores, es la aparición de un actor que siempre ha estado presente pero cuya estrategia ha variado recientemente: China, el verdadero elemento disruptivo de 2020. Torres señala que “el régimen comunista ha sido una importante fuente de contenidos desinformativos durante los últimos años”, pero que dichas acciones han pasado desapercibidas en Occidente al ser, por lo general, de ámbito local –Hong Kong y Taiwán– y al usarse herramientas de acceso poco común fuera de China como Weibo, WeChat y QQ.

Sin embargo, “China ha sido la gran damnificada de las políticas proteccionistas de Trump y, por primera vez, el régimen podría plantearse extender el radio de acción de sus operaciones de desinformación, llevándolas al ámbito de la injerencia electoral en Occidente”. Es más, Torres aborda la gestión de Pekín de la pandemia para señalar que “la injerencia electoral china tal vez sea una extensión de la campaña de desinformación puesta en marcha” para crear una narrativa exculpatoria de “su negligente actuación durante los primeros compases de la pandemia”.

Campaña que inicialmente era de consumo interno pero “rápidamente mutó en una acción coordinada para imponer a nivel internacional una narrativa que situó en Occidente y particularmente en la Administración Trump, el origen y la propagación del virus”. Torres señala que “las guerras propagandísticas sobre el origen del COVID-19 son sólo un calentamiento para las pruebas que se avecinan” y advierte “la desinformación china hacia Occidente ha llegado para quedarse”.

A lo largo de su trabajo, Torres aborda cómo el escenario de 2020 se caracteriza por la consolidación de nuevos frentes, que sitúan, entre otros, al enemigo en casa. Además, analiza cómo han evolucionado las técnicas de injerencia desde 2016, tanto desde el punto de vista tecnológico como estratégico –“la inteligencia rusa ha descartado volver a pagar anuncios en sus plataformas digitales para centrarse en potenciar la distribución de los mensajes generados por los propios usuarios”– y apunta los grandes desafíos que suponen el uso de aplicaciones como WhatsApp –que jugó un papel fundamental en las elecciones de Brasil y la India–.

Entre otras cuestiones, el análisis aborda el desarrollo de compañías especializadas en “cambiar la realidad según las necesidades de sus clientes”, las llamadas “relaciones públicas negras”. Un fenómeno que demuestra que “la desinformación también puede ser un lucrativo negocio” y que añaden aún más dificultad a los estados a la hora de confrontar este tipo de amenazas. El desarrollo de técnicas como las ‘deepfakes’ y ‘dumbfakes’ ahondan en esta complejidad del desafío.

En suma, un escenario preocupante, mucho más polarizado que en 2016 y en el que ya se han observado intervenciones para aprovechar movimientos como el Black Lives Matter para desestabilizar a Occidente apoyando al mismo tiempo grupos de supremacía blanca como “la Base”, cuyo líder era un ciudadano estadounidense residente desde hace años en Rusia. Una violencia que responde a “la teoría del ‘aceleracionismo’, que pretende provocar el colapso de la una sociedad occidental que considera corrompida y decadente”.

Manuel R. Torres concluye su trabajo enfatizando la complejidad de la amenaza y señalando que, para intentar hacerle frente, es capital “potenciar y adaptar las capacidades de inteligencia de los estados”, pero también apoyar “a las iniciativas no gubernamentales sin ánimo de lucro y a los medios de comunicación independientes, que pueden monitorizar de manera más creíble las interferencias externas”, reforzar a partidos y a la clase política –“uno de los objetivos principales de la injerencia externa– y, teniendo en cuenta que la injerencia, para ser útil, se proyecta a largo plazo; diseñar una respuesta prolongada en el tiempo y no coyuntural ni reactiva.