En las últimas semanas ha aumentado de nuevo el interés por la teoría de que el virus que está asolando al mundo desde hace más de un año pudo haberse originado en un laboratorio de alta seguridad de la ciudad china de Wuhan. Aunque los orígenes del virus están lejos de clarificarse, la teoría del laboratorio había sido rechazada por múltiples expertos y autoridades occidentales e internacionales durante el último año.
Sin embargo, nuevos informes de las agencias de inteligencia estadounidenses han reavivado dicha teoría, hasta el punto de que ahora el consenso internacional considera que es creíble y cada vez aumentan más las presiones hacia China para que permita una investigación independiente. Por su parte, el presidente estadounidense, Joe Biden, ha ordenado a sus servicios de inteligencia que redoblen sus esfuerzos para esclarecer los indicios que apuntan al Instituto de Virología de Wuhan.
La respuesta de China ante estas acusaciones, tanto en 2020 como ahora, ha sido virulenta y agresiva. Las acusaciones de “manipulación política” que las autoridades chinas están vertiendo sobre el Gobierno de Biden son el último ejemplo de cómo la diplomacia china ha evolucionado desde principios de 2020 hacia lo que ahora se denomina en círculos académicos y mediáticos como ‘wolf-warrior diplomacy’.
Siguiendo este nuevo modelo, China no ha dudado en utilizar todo su aparato propagandístico y estatal contra todos los actores que han cuestionado la versión oficial de Pekín sobre la pandemia y reclamado una investigación independiente. Australia es el mejor ejemplo. La relación entre Canberra y Pekín ya se había deteriorado desde 2017, pero en abril de 2020 alcanzó nuevos niveles de hostilidad después de que el primer ministro australiano, Scott Morrison, pidiese una investigación internacional sobre los orígenes del virus. China respondió rápidamente con amenazas y desde entonces ha impuesto aranceles sobre productos australianos, acusado a Australia de racismo y crímenes de guerra y generado sucesivas crisis diplomáticas con Canberra.
Pekín también ha amenazado repetidamente a la Unión Europea como parte de esta campaña diplomática y propagandística. La agresividad china y su vehemencia para desacreditar cualquier acusación o indicio que apunte a Pekín se puede entender por la necesidad de mantener su imagen a nivel doméstico e internacional. De hecho, el Gobierno chino tuvo éxito a lo largo de 2020 al recuperarse del shock inicial que había supuesto para su imagen y prestigio la pandemia, por lo que las investigaciones actuales representan una nueva amenaza para China en un momento en el que, además, se está beneficiando de una estrategia diplomática basada en la difusión internacional de vacunas exitosa.Sin embargo, esta agresividad diplomática y mediática está generando resultados contraproducentes. Por ejemplo, China ha provocado la suspensión por parte del Parlamento Europeo del acuerdo de inversión que alcanzaron la UE y China en diciembre.
En este sentido, las consecuencias que pueden tener las investigaciones sobre los orígenes de la pandemia no están claras, pero sí parece evidente que vuelven a ser un nuevo punto de fricción entre Occidente y China, hasta el punto de que pueden ser el detonante de nuevas políticas contra China de la administración Biden y del Congreso estadounidense. No en vano, un 83% de los estadounidenses apoya que su Gobierno tome medidas contra Pekín si se confirma que el virus proviene de un laboratorio.