Manuel R. Torres Soriano, profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, ha publicado un interesante artículo en el Instituto Español de Estudios Estratégicos sobre la percepción del riesgo después de la pandemia en el que analiza una serie de elementos del contexto político que obstaculizan la implantación de disposiciones preventivas para afrontar otros “riesgos existenciales”.

Torres, miembro del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI) y del Consejo Académico del Instituto de Seguridad y Cultura, inicia el análisis referenciando el «sesgo de disponibilidad», concepto utilizado por los psicólogos para afirmar que la percepción de los riesgos futuros está condicionada por las experiencias pasadas de la persona. En este sentido, afirma que la crisis sanitaria que se vive en todo el mundo difiere de ser un acontecimiento imprevisto y señala diversos análisis de prospectiva realizados en los últimos años contemplaban la llegada de una pandemia como un hecho factible, con la única incertidumbre sobre el alcance que tendría y el momento exacto de su llegada.

Sin embargo, y a pesar de dichos indicios que mostraban la posibilidad de que este hecho se produjera, no se estableció medida alguna para prevenirlo. No obstante, según Torres, «posiblemente este sea el mejor legado de la COVID-19: haber forzado una reacción anticipatoria que nos proteja de epidemias futuras mucho más peligrosas en cuanto a su letalidad y capacidad de degradar el orden social y político».

Además, el profesor asegura que existen «razones sólidas» para pensar que se aproxima una fase crítica en la que, como consecuencia del progreso tecnológico, se incrementa la posibilidad de un evento catastrófico. A este desarrollo tecnológico se añaden las amenazas híbridas, acentuadas por «la intervención del hombre». En relación a estas últimas, Torres incluye los «estallidos pandémicos», que han ampliado su probabilidad de expansión como resultado de la estructura social que ayudó a la propagación del virus desde el mundo animal hasta la totalidad del ser humano.

Asimismo, Torres destaca que la pandemia ha transformado la apreciación colectiva del riesgo, «enfrentándonos a la dura realidad de nuestra vulnerabilidad». No obstante, y más allá de los efectos pedagógicos que pueda tener la COVID-19, existen diferentes inhibidores que dificultan la respuesta a los riesgos globales. En esta línea, Torres explica los que se producen en el nivel político.

Por último, Torres concluye que «no solo deben preocuparnos aquellos desenlaces catastróficos que provocan la extinción en el presente, sino también nuestro potencial para el futuro«.