«Hoy las opiniones son sagradas y los hechos opinables». No es un diagnóstico, sino una descripción de la situación que se vive a día de hoy en relación con la desinformación. Una descripción hecha por Julia Olmo y Romero, embajadora en Misión Especial para las Amenazas Híbridas y la Ciberseguridad, quien además ha dejado una reflexión en el aire: «A quién le importa decir la verdad cuando lo único importantes es que nos crean».

La embajadora participó el pasado 12 de abril en Madrid en la mesa redonda ‘Desinformación, una amenaza para las democracias occidentales’, organizada por el Instituto de Seguridad y Cultura. El evento contó además con la participación de Pablo López, jefe del Área Normativa y Servicio de Ciberseguridad del Centro Criptológico Nacional y estuvo moderado por Juan Cayón, rector de la Universidad Nebrija, en la que se celebró el acto.

A lo largo de su intervención, la embajadora insistió en que las estrategias de propaganda han existido siempre y quiso resaltar que una de las peculiaridades de hoy día es que «las redes sociales han contribuido a generar un relativismo que ha derivado en escepticismo«. Esto ha hecho que, en gran medida, «ahora las noticias transiten sin filtro por las redes» y a su vez haya derivado en un «fenómeno burbuja».

Julia Olmo y Romero señaló dicho fenómeno para apuntar que «las redes han pasado de ser reflejo del mundo a convertirse en su directriz». En dicha burbuja, el éxito se encuentra en la brevedad: mensajes cortos, contundentes y efectivos. Un fenómeno que se ha convertido en «una forma muy barata y eficaz de injerencia», de acuerdo con la diplomática, que señaló las experiencias aprendidas de los procesos electorales de Estados Unidos, el Brexit y Cataluña como capítulos que han permitido evaluar «la importancia de este fenómeno».

Porque, según explicó, «las fronteras territoriales hoy aparecen difuminadas, al igual que la distinción entre amenazas exteriores e interiores». Y eso a su vez está teniendo un reflejo en el paradigma social. «Sólo hay que ver cómo evolucionan conceptos como transparencia y privacidad o público y privado». Al fin y al cabo, señaló, «más de la mitad del planeta tiene acceso a internet y el 75% de la población mundial tiene un teléfono móvil».

En este contexto, Pablo López incidió especialmente en que es tan necesario tomar conciencia del problema como huir del alarmismo. «No hay que tener miedo, lo que hay que hacer es gestionarlo: vigilar, monitorizar y estar prevenido», planteó.

«Hay que entenderlo para poder actuar», insistió antes de explicar que si crecen los incidentes «es porque cada vez somos más capaces de detectarlos», no porque haya más. Todo ello para insistir en que «el problema ya existe, estamos mejorando nuestras capacidades de vigilancia y hay que generar conciencia».

La solución es pues, vigilar, tomar conciencia y actuar; en una palabra: educar. «Saber educar a los usuarios de estas tecnologías, que han venido para quedarse, en lo que es verdad y lo que es mentira», ha explicado. Además, el representante del CCN insistió en la importancia de “tener observatorios digitales que permitan conocer el problema para abordarlo, tener prospectiva».

Porque quienes utilizan la desinformación como una herramienta de injerencia «buscan generar pérdida de confianza, que a su vez provoque polarización social, algo que como Estado no podemos permitir«. En suma, «aplicar el sentido común; lo que en el mundo analógico es considerado normal por cualquier ciudadano, pero en el digital no tanto».

Más allá de comentar los protocolos diseñados por el CCN para establecer esa vigilancia, este responsable de la lucha contra la desinformación y la ciberseguridad ha insistido en que «la principal pauta es dejar de ser reactivos e implementar la prospectiva a través de la cibervigilancia» como herramienta más eficaz en la lucha contra la desinformación.