Carlos Echeverría, subdirector del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado y miembro del Consejo Académico del Instituto de Seguridad y Cultura, participó recientemente en el espacio virtual de la Fundación Euroárabe «Diálogos con…», abordando «La vigencia del yihadismo salafista en el Magreb y el Sahel».
Con motivo de dicha participación, el periódico El Pueblo de Ceuta ha publicado una entrevista con el profesor Echeverría que, por su interés, reproducimos a continuación:
Pregunta.- En junio se han registrado 69 atentados de carácter yihadista en las regiones del Magreb y el Sahel Occidental. A pesar de la pandemia no han frenado su afán de atentar…
Respuesta.- Efectivamente. Lamentablemente el impacto que tiene el coronavirus en los países norteafricanos y del Sahel Occidental no ha afectado en cuanto a interrumpir o serenar la violencia terrorista, ni la otra si pensamos, por ejemplo, en el campo de batalla libio. Tanto el número de atentas que dice, que es un número muy importante, como la diseminación del mensaje yihadista y las demás actividades que los terroristas llevan adelante en términos de reclutamiento y financiación por ejemplo, pues sigue vigente.
P.- ¿Cuál es la situación actual del yihadismo en esa zona?
R.- Es una situación mal que nos pese calificada de boyante, en el sentido tanto de Al Qaeda como de grupos próximos a esa etiqueta, como de grupos ligados al Estado Islámico, que tienen gran representación en esa parte de África. También los encontrados en países como Siria o Afganistán. Pero el problema tanto en el Magreb como en el Sahel Occidental es que funcionan a un ritmo más que preocupante.
P.- Por tanto, ¿cómo han evolucionado en los últimos años?
R.- En lo que respecta al Sahel han evolucionado en términos de muchos activistas, muchos grupos y muchos ataques con muchas víctimas. Pero en el Magreb la situación es algo diferente porque ahí hace algunos años teníamos el epicentro en Argelia también con muchos atentados, mucha violencia y mucha sangre, pero ahora lo que encontramos es activismo en los países que tratan de controlar las fuerzas de seguridad de cada uno de ellos, por ejemplo, hay que destacar que esta misma semana ha habido una operación antiterrorista en Marruecos de la mano de la Brigada Central de Investigación Judicial y además cerca de España, porque ocurrió en Nador y, por lo tanto, cerca de Melilla. En Argelia o Túnez tratan de controlar o detener a yihadistas, pero luego también hay una dimensión muy importante en lo que al Magreb respecta que es la de muchos miles de nacionales de estos países que en años aun recientes se fueron a lugares como Siria, Irak o Libia a combatir bajo los estandartes del Estado Islámico y también de Al-Qaeda, y que cuando, por ejemplo, el Estado Islámico perdió su embrión califal en Siria en 2016, a partir de entonces tenemos un problema nuevo que es el de los retornados, tanto los reales que han retornado como los que tratan de hacerlo. Esta también es una amenaza, ya que cuando hablamos de yihadismo en la zona del Sahel, tenemos que evocarlo porque evidentemente son personas que estaban fuera del país pero tratando de entrar y que más pronto que tarde lo logran.
P.- ¿Cree que los yihadistas de esta zona tienen puntos en común con los que nos podemos encontrar en Siria o en otras zonas de conflicto, o tienen características específicas en cuanto a su forma de actuar e ideológicamente?
R.- Para empezar podemos afirmar que la ideología es la misma, es decir, si hablamos de Al-Qaeda o del Estado Islámico los planteamientos básicos son los mismos: es una visión del islam rigorista y violenta y uno y otro han tratado y siguen tratando de imponerla allá donde se asientan. Lo único que se estableció como una diferencia importante entre el Estado Islámico en relación con Al-Qaeda es que dio aquel paso arrogante y prepotente de intentar crear un califato, y ahí es verdad que intentaron enfrentarse entre ellos, ya que por motivos de liderazgo y de fricciones entre ellos es verdad que Al-Qaeda tiene otros tiempos y otras formas de entender su activismo. Pero cuando vamos al Sahel, donde están ambos, el problema es que están dinamizando a grupos que ya preexistían allí y que procedían de grupos argelinos o de grupos surgidos en Mali, en Níger o Boko Haram en Nigeria, y los están transformando en términos de hacerlos más potentes, más violentos y, por tanto, de incrementar la amenaza y de expandirla territorialmente.
P.- ¿Qué papel cree que tienen países como Arabia Saudí o Qatar en este conflicto yihadista? ¿Cree que están financiando a estos grupúsculos? ¿Están detrás de ellos?
R.- No hay una relación automática, es decir, aquí no se puede hablar –y no lo digo por corrección política ni mucho menos- y no es lo mismo cuando en otros tiempos, por ejemplo, desde el mundo comunista se apoyaba, financiaba y entrenaba a grupos terroristas de Europa Occidental para debilitar al enemigo y a la OTAN. Lo que ocurre es que en relación con estos estados que ha citado como Arabia Saudí o Qatar, pero también otros como los Emiratos Árabes Unidos o Turquía, hay muchos países que o bien muchas herramientas estatales o bien ciudadanos de esos países, y por tanto, ahí no se trataría de identificar al país como tal sino a actores que proceden de estos países, pueden estar alimentando, primero, las corrientes rigoristas del islam, es decir, haciendo que un islam más tradicional entendido de una forma más moderada, tranquila y capaz de convivir con otras culturas y religiones se va haciendo cada vez más exclusivista y más violento. Eso lo estamos viendo en el Sahel, pero desde hace años, no desde ahora, y ahí efectivamente han entrado corrientes que provienen de esos países que muy bien has citado. Es por tanto, más que una cuestión de que el Estado financie a un grupo ‘Y’, es una cuestión de que desde esos Estados sí se está llevando adelante, con herramientas de política exterior y de influencia religiosa y cultural presencia, influencia y proyección que va alimentando ese magma que en algunos casos se acaba convirtiendo en grupos terroristas.
P.- ¿Cree que esa influencia que ejercen estos países está creciendo cada vez más en países como Marruecos o incluso España, o por el contrario, están muy alejados de sus corrientes islámicas radicales?
R.- Esas corrientes y esos grupos tratan de aprovechar todas las ventajas que encuentran. Es decir, en el mundo islámico o predominantemente islámico entran con naturalidad porque ayuda esa expansión entre los musulmanes. En cuanto a los países occidentales, democracias y países abiertos y libres, hay que estar muy atentos para tratar de evitar lo que puede parecer una influencia de carácter religioso y cultural se inocule una visión rigorista y acabe a través de predicadores radicales, publicaciones y, sobre todo, hoy en día a través de redes sociales que vaya entrando esa visión. Esto obliga a una labor importante de inteligencia y de información, pero también de cultura, y a través de los medios de comunicación los analistas deben llamar la atención sobre que esto es una realidad que está ahí y que hay que tratar de frenarla, porque son influencias negativas.
P.- Por lo tanto, ¿cree que existe un verdadero peligro para países como España?
R.- Bueno, el peligro vamos a definirlo en cuanto a que se radicaliza a personas que pueden ser nacionales nuestros perfectamente, pues esas ideas radicales suponen un peligro evidentemente. Pero de eso a hacer una generalización en términos de que haya una amenaza que se identifica con comunidades islámicas hay un abismo, es decir, es la única puntualización que hay que hacer. Pero no olvidemos que el mundo arabo-musulmán más inmediato, y sobre todo el que nos rodea, está sufriendo un proceso de cambio dramático sobre todo a partir de las revueltas árabes, con escenarios como Libia, que es un campo de batalla, o escenarios como Egipto, donde el régimen puso freno a los yihadistas pero siguen siendo un problema mayor en la Península del Sinaí y en otros lugares como Siria, donde no se ha resuelto el conflicto. Evidentemente tenemos que tener mucho cuidado con eso porque vivimos en un mundo abierto y fluido, y no solo con las ideas, sino también con el caso de los retornados como indicaba antes: podemos recibir personas que vienen muy contaminadas por esas ideas y por lo que hayan podido hacer en esos campos de batallas en los últimos años.
P.- Para conocer al lugar al cual hemos llegado en la actualidad, ¿cómo y cuándo podíamos definir que fue esa llegada de los primeros grupúsculos yihadistas a esta zona del Magreb y del Sahel?
R.- El yihadismo se empieza a hacer potente en el Magreb en los años 80s cuando no se le prestaba prácticamente ninguna atención desde el mundo occidental. Incluso las autoridades de estos países tenían otras prioridades, pero en los años 80s en Argelia, sobre todo de la mano de retornados de Afganistán en aquel momento, se empezaron a movilizar células yihadistas más o menos radicalizadas que ya existían sobre el terreno y que llegaron a ese baño de sangre en los 90s en Argelia. Y no olvidemos que en Egipto yihadistas llegaron a asesinar al presidente Sadat en el 81. Entonces por poner fecha diríamos los 80s, aunque ya en décadas anteriores como los 70s y los 60s los hermanos musulmanes en Egipto y otras latitudes del mundo estaban golpeando las autoridades de esos países y a los sectores sociales que no eran próximos a esas teorías. Con el pasar de los años, esta amenaza no ha hecho más que crecer y expandirse a lugares donde antes no existían. En el Sahel occidental no existía la amenaza con la envergadura que tiene hoy.
P.- Hay expertos que concluyen que el yihadismo ha perdido fuelle desde que el Estado Islámico perdió fuerza en Siria en los últimos años, ¿cuál es su opinión al respecto?
R.- Yo no lo veo así. Afortunadamente se abortó su proyecto califal, es decir, que con el proyecto califal abierto la situación era peor que hoy porque teníamos a un grupo terrorista actuando fuera -en 2015 en Francia y en 2014 en Bélgica- pero encima tenían un espacio geográfico con millones de habitantes, con millones de recursos donde pretendían establecer lo que ellos llamaban el califato. Eso se terminó afortunadamente pero el Estado Islámico sigue existiendo, tanto en la dimensión civer moviéndose en redes sociales con todas sus publicaciones, propaganda y demás como con todos los individuos que abrazan ese proyecto y que están actuando en escenarios como Libia, Níger, Mali, el Sudeste Asiático u Oriente Medio. O sea, el que se abortara el proyecto califal no quiere decir que haya un declive en cuanto a lo el yihadismo como amenaza representa. Hay que recordar que aparentemente nos estamos olvidando de Al-Qaeda, pero no debemos de olvidarnos porque también es un grupo que, aunque ha sufrido muchos reveses, sigue estando presente en muchos lugares como el Sahel y el Magreb.
P.- Hablando de redes sociales y yihadismo, ¿qué tipo de personas son carne de cañón de ser captadas a través de ellas?
R.- La experiencia lo que nos demuestra lamentablemente es que hay perfiles muy variados. Lo fácil sería decir que es la gente que tiene menos formación, que por edad son más maleables, que principalmente son los hombres, etc., pero lo que nos ha demostrado la experiencia del califato es que las cuestiones de género no han afectado para nada en esto, ya que ha habido muchas mujeres que se han subido al proyecto califal, y nos encontramos, y no hay nada más que fijarse en operaciones de la Guardia Civil o del Cuerpo Nacional de Policía, con personas que son detenidas acusadas de pertenecer a estas dinámicas yihadistas donde hay cincuentenarios, personas jóvenes, hombres, mujeres, ricos, pobres… el problema último, el más importante, es una cuestión ideológico-religiosa y cuando digo esto lo digo con toda la intención porque como la ideología se apoya en supuestos principios religiosos tiene aún más fuerza y algunos individuos consideran que están interpretando correctamente el islam y eso les da más fuerza a la hora de poner en marcha empresas terroristas como estas.