España abandona Afganistán tras 19 años de misión por la que han pasado 27.100 de nuestros militares y que ha dejado un saldo de 102 españoles muertos. Afganistán ha sido, hasta la fecha, la misión internacional más larga en la que ha participado España y la que más bajas ha causado. Por otra parte, la presencia española en Afganistán no ha sido sólo militar: también ha habido agentes del CNI, guardias civiles, diplomáticos y personal de cooperación internacional.

Las Fuerzas Armadas españolas se desplegaron en el país en el contexto de la guerra global contra el terrorismo después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, tras los cuales EEUU activó por primera vez el famoso Artículo 5 del Tratado de la OTAN. Hasta 2014, el despliegue se enmarcó en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), una coalición de la OTAN liderada por EEUU que contó con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU a través de la Resolución 1378/2001.

Las primeras tropas españolas llegaron a Afganistán en enero de 2002, tras la aprobación del Consejo de Ministros en diciembre de 2001 con el objetivo primero de prestar apoyo médico, logístico, buques y helicópteros a la misión Enduring Freedom y, posteriormente, hacerse cargo de la reconstrucción de la provincia de Qala-i-Naw como parte de ISAF mientras EEUU continuaba las operaciones de combate de Enduring Freedom independientemente.

La misión española, que contó con 1.500 militares en su punto álgido, estaba principalmente dirigida a contribuir a la estabilización y la gobernanza de Afganistán, llevando a cabo una gran variedad de funciones como evacuación médica, apoyo logístico, gestión del aeropuerto de Kabul, adiestramiento, reconstrucción local y pacificación. En total, las Fuerzas Armadas españolas han realizado 28.000 patrullas, recorrido tres millones de kilómetros y efectuado más de 1.400 misiones de desactivación de explosivos. El objetivo perseguido por la intervención occidental en Afganistán era la creación de un Estado estable y democrático en el que los talibán no fuesen un actor político clave; en definitiva, que no se convirtiese en un Estado fallido y refugio de grupos terroristas internacionales como Al Qaeda. Hasta qué punto se ha cumplido este objetivo tras 20 años de guerra es el debate más importante que se desarrolla actualmente.

Ya a partir de 2015 empezó a retirarse el grueso de las fuerzas españolas y occidentales del país con la finalización de ISAF y de las operaciones de combate y el comienzo de Resolute Support. Entonces ya existían dudas sobre el peligro que suponía la retirada para la estabilidad de Afganistán y la viabilidad del Gobierno afgano para resistir sin apoyo internacional. Con Resolute Support en 2015 se mantuvieron alrededor de 500 efectivos españolas, sobre un total de 14.000, dedicados al control del aeropuerto de Herat, apoyo médico, adiestramiento y presencia en el cuartel general aliado en Kabul. A finales de 2015, España dejó Herat y redujo su despliegue en Afganistán a un contingente mínimo destinado al cuartel general en Kabul.

Como se ha dicho, el despliegue y las responsabilidades españolas han evolucionado con los años, siempre en función de las tendencias marcadas por el líder de la coalición, EEUU, que ha visto cómo el conflicto se cronificaba y sus fuerzas seguían en el país sin un final aparente. Los últimos 20 años han visto varios intentos infructuosos por parte de EEUU de dar un final satisfactorio a la guerra de Afganistán, ya sea con el famoso surge de tropas ordenado por Obama, con el final de ISAF o con las varias iniciativas de Trump, que han terminado con la paz con los talibán y la retirada incondicional.

Así, el impacto que han tenido las Fuerzas Armadas españolas en Afganistán ha sido siempre local, a todas luces positivo, y ha estado condicionado por la estrategia general de la coalición y por el liderazgo estadounidense de la guerra, pues siempre ha sido el número de efectivos estadounidenses lo que ha determinado la situación militar del país, como demuestra la decisión de Obama de retirar tropas a partir de 2015.

Afganistán ha supuesto el mayor reto para las Fuerzas Armadas españolas hasta la fecha, que se han visto obligadas a adaptarse a condiciones muy duras, entornos cambiantes y realidades bélicas nuevas. En general, «se ha ganado confianza en nuestros procedimientos, materiales y en la valía de nuestras fuerzas» y una gran flexibilidad operativa, además de multitud de lecciones aprendidas. En este sentido, parece indudable que las fuerzas españolas han adquirido una considerable experiencia operativa sobre terreno hostil y que han mejorado sustancialmente las capacidades de protección de su personal, su interoperabilidad con otras fuerzas, sus capacidades de vigilancia aérea (drones), conocimiento situacional, desactivación, guerra electrónica y contrainsurgencia. Las pocas acciones de combate que vieron las fuerzas españolas también demostraron su profesionalidad y efectividad sobre el terreno. Destacan el combate en Sabzak, la operación Grey Beret, la operación Ontur o la operación Bold. Todo esto, en última instancia, significa que se ha mejorado la capacidad de defensa nacional.

La relativamente poca acción de combate que vieron las tropas españolas se explicaría por factores como haber estado desplegadas en zonas relativamente seguras como Herat o Badghis, los pocos números de efectivos y, sobre todo, las normas fijadas para entablar combate. En este sentido, las tropas españolas recibieron críticas por parte de los estadounidenses por su falta de cooperación y ayuda. Esto debería entenderse como parte de la crítica reiterada por parte de EEUU por la falta de compromiso de sus aliados y de la OTAN y por las restricciones operativas impuestas desde los gobiernos europeos a sus tropas desplegadas en Afganistán. Este asunto de las restricciones operativas puede considerarse como una de las principales limitaciones a las que se han enfrentado las tropas españolas.

El otro gran punto de controversia sobre el despliegue español se refiere a los recursos con los que se proveyó a las tropas, que superan los 3.500 millones de euros para todo el periodo, así como los accidentes que provocaron la gran mayoría de las bajas españolas. Es importante recordar que, de las 102 bajas mortales, 79 se produjeron en dos accidentes: el del Yak-42 y el del helicóptero Cougar. A esto se debe añadir el asalto a la Embajada española en Kabul, que no contaba con la seguridad necesaria y en el que murieron dos policías nacionales. Estos tres sucesos trágicos plantearon dudas sobre la gestión del despliegue, tanto a nivel de recursos como operativo. Esto, a pesar de la profesionalidad y los sacrificios de los militares y su impacto positivo en las provincias donde han estado desplegados, ha arrojado una sombra sobre la presencia española en el país casi desde el principio de las operaciones.

La retirada española se enmarca dentro de una retirada generalizada de todas las fuerzas extranjeras de Afganistán, especialmente de las estadounidenses. En febrero de 2020, la Administración Trump firmó un acuerdo de paz con los talbán, cuyos puntos principales eran la retirada estadounidense y las negociaciones de paz intraafganas. Biden mantuvo el acuerdo, simplemente retrasando la retirada varios meses, en contra de importantes poderes políticos y militares en Washington, que desean la continuación de la misión estadounidense en el país.

La realidad es que la retirada prácticamente incondicional de EEUU y sus aliados de Afganistán supone una gran oportunidad para los talibán, que sin duda alguna podrán aumentar su control del este y del sur de Afganistán. Quedará por ver si se cumplen los pronósticos más lúgubres, que estiman que en 2 o 3 años los talibán podrían tomar el control de Kabul y de todo el país. Algunas ciudades importantes como Kandahar ya se encuentran bajo asedio talibán y, en general, el control del Gobierno afgano de su territorio depende de las fuerzas estadounidenses que ahora se retiran. Además, el Gobierno afgano depende de la ayuda internacional para cubrir el 80% de sus gastos y sus fuerzas armadas son cada vez más débiles, pierden cada vez más territorio y sufren hasta 3.000 bajas mensuales.

Es posible que se repita la situación de los 90. Si se cumple este escenario, el Gobierno afgano colapsará conforme sufra derrotas en la guerra civil, mientras los señores de la guerra del norte volverán a convertirse en la única resistencia real a los talibán. Teniendo en cuenta que el proceso de paz entre el Gobierno afgano y los talibán está paralizado, la victoria de éstos y el restablecimiento del Emirato Islámico de Afganistán es probable.